La Revelación de Dios frente a la modernidad

Introducción
La comprensión cristiana de la Revelación de Dios ha estado tradicionalmente enmarcada en tres dimensiones:
La creación, la Escritura y la persona de Jesucristo.
La teología patrística y medieval asumían que la razón humana participaba de un orden objetivo, garantizado por el Dios creador, y que el ser humano podía acceder a este orden mediante la contemplación, la experiencia y la fe. Con la llegada de la modernidad, este panorama se transformó profundamente. La filosofía moderna, desde René Descartes hasta Immanuel Kant, colocó en el centro a la subjetividad humana, redefiniendo la estructura del conocimiento y cuestionando la posibilidad de conocer a Dios como realidad objetiva.
Hirschberger señala que la modernidad representa un cambio radical en el modo de entender la relación entre pensamiento y ser: el conocimiento ya no se fundamenta en el orden ontológico del cosmos, sino en la certeza interior del sujeto (loc. 1986). Por su parte, Justo L. González subraya en su libro Historia del Pensamiento Cristiano que este giro epistemológico tuvo un impacto directo en el pensamiento cristiano, obligando a la teología a repensar la noción de Revelación en un mundo donde la razón se consideraba autónoma y la autoridad de la Iglesia y de la Escritura comenzaba a ser cuestionada (González 2010, 852–857).
A partir de este trasfondo, el presente trabajo reflexiona sobre la Revelación divina a la luz del racionalismo, el empirismo y el criticismo kantiano, integrando las perspectivas filosóficas expuestas en el apunte de la asignatura y las interpretaciones históricas y teológicas de Hirschberger y González.
1. La Revelación en la creación
1.1 Descartes y la intuición del infinito
El apunte de la tarea señala que Descartes distingue entre finitum e infinitum como dos tipos de conocimiento. La idea del ser perfectísimo, lo infinitum, funciona como la clave epistemológica que garantiza la verdad del conocimiento finito. Para Descartes, esta idea no puede proceder del ser humano, pues somos finitos; solo puede provenir de Dios.
Hirschberger explica que la modernidad cartesiana, aunque aún teocéntrica en apariencia, desplaza el centro de gravedad epistemológico hacia el sujeto pensante. Dios ya no garantiza el orden del cosmos desde fuera, sino que ofrece la garantía interior para la certeza subjetiva. La creación deja así de ser una autopresentación de Dios y pasa a depender de la validez del cogito (loc. 2007).
El resultado es una visión del mundo en la que la naturaleza no revela a Dios directamente. Su sentido depende de la claridad y distinción con que el sujeto la concibe.
Esta ruptura con la antigua noción de la naturaleza como “libro de Dios” contrasta con lo afirmado en la Escritura: “Los cielos cuentan la gloria de Dios” (Sal 19:1). González señala que con Descartes comienza un largo proceso de interiorización de la verdad, que afectará la teología y abrirá paso a interpretaciones cada vez más subjetivas de la fe.
1.2 Newton y la acción divina en el universo
El apunte menciona que Newton se distanció de la interpretación mecanicista de Descartes al considerar que las fuerzas naturales (como la gravitación) eran expresión de la acción divina continua en el cosmos. Para Newton, Dios no solo crea el universo, sino que lo conserva en existencia; esta conservación es un tipo de Revelación providencial.
Hirschberger interpreta este pensamiento como el último intento dentro de la ciencia moderna de mantener una concepción teológica de la naturaleza. González señala que Newton fue una figura ambivalente: profundamente religioso, pero padre de un paradigma que, en generaciones posteriores, sería interpretado en clave de autonomía natural.
1.3 Locke y la reducción empirista de la naturaleza
Locke niega la existencia de ideas innatas y sostiene que todo conocimiento proviene de la experiencia sensible. Según Hirschberger, esta postura convierte la naturaleza en un conjunto de percepciones sin sentido intrínseco (loc. 2273). La creación deja de ser un signo de la divinidad y se convierte en materia prima para la elaboración de ideas.
Locke admite que la razón puede inferir la existencia de un Creador, pero esta inferencia es de carácter racional, no revelacional. La naturaleza por sí misma no habla; no revela. Esto contrasta directamente con el testimonio bíblico que, además del salmo citado, afirma que “lo invisible de Dios […] se hace claramente visible por medio de las cosas hechas” (Rom 1:20).
1.4 Reflexión personal
A pesar de la crítica filosófica moderna, sostengo que la creación sigue siendo un ámbito privilegiado de Revelación. Su belleza, su orden, su complejidad y su capacidad de inspirar asombro revelan un fundamento que excede al sujeto humano. La intuición del infinito (aunque Kant cuestione su validez objetiva) no puede reducirse a una idea producida por la mente, pues se experimenta como apertura hacia un horizonte mayor, al que el pensamiento finito no puede contener. La creación no solo es observable; es significativa. En ella se anticipa la presencia de un Creador que trasciende la subjetividad y la experiencia, pero que se hace accesible a través de ellas.
2. La Revelación en la Escritura
2.1 La Escritura en la tradición cristiana
La Iglesia ha reconocido la Escritura como Revelación porque en ella Dios habla a través de palabras humanas.
González enfatiza que la Biblia no surge de la reflexión filosófica, sino de la experiencia histórica de un pueblo que ha encontrado a Dios en la historia (González 2010, 75–78). Su autoridad proviene del Dios que actúa y se comunica, no de la certeza subjetiva del lector.
El racionalismo cartesiano, al insistir en la claridad subjetiva como criterio último, desplaza la autoridad hacia el lector individual. Esto fragmenta la comprensión comunitaria de la Escritura y dificulta su función como Revelación objetiva.
2.2 Kant y los límites del conocimiento bíblico
Kant afirma que la razón solo puede conocer los fenómenos, no las realidades en sí mismas. Dios y las verdades teológicas quedan fuera del alcance del conocimiento teórico. La Escritura, desde esta perspectiva, no puede ser entendida como Revelación objetiva, sino como expresión de aspiraciones morales y religiosas.
Hirschberger explica que Kant desmantela la metafísica tradicional y obliga a repensar la fe ya no como conocimiento, sino como orientación moral (loc. 2019). González señala que esta noción marcó profundamente la teología liberal del siglo XIX (González 2010, 857–862). La Biblia fue reinterpretada como documento religioso, no como Palabra de Dios.
2.3 Reflexión personal
A lo largo de casi dos mil años, la Sagrada Escritura ha sido uno de los textos más combatidos de la historia humana. Reyes, imperios y corrientes filosóficas han intentado restringir su lectura, controlar su interpretación y prohibir su traducción a las lenguas del pueblo. En muchas épocas, la simple posesión de una copia implicaba persecución, castigo o incluso la muerte. Sin embargo, y a pesar de estos intentos sistemáticos por silenciarla, la Escritura ha sido preservada por Dios mismo y transmitida de generación en generación. Esta permanencia no puede comprenderse únicamente desde factores sociológicos o culturales: forma parte del modo en que Dios, en su providencia, ha sostenido su Palabra para que siga siendo fuente de revelación, guía y consuelo para su pueblo; y no me refiero solo a la Iglesia, sino también a Israel como nación.
La Escritura continúa siendo Revelación porque transmite un mensaje que no procede del sujeto humano. Aunque la razón tenga límites, la acción de Dios en la historia no depende de las categorías kantianas. La palabra de Dios interpela, revela, juzga y transforma porque es el medio elegido por Dios para darse a conocer. “La palabra de Dios es viva y eficaz” (Heb 4:12), no porque lo demuestre la razón moderna, sino porque actúa en la existencia humana revelandonos al Dios Trino salvador y redentor de la humanidad.
3. La Revelación en Jesucristo
La Revelación alcanza su plenitud en Jesucristo. La Encarnación constituye el centro de la fe cristiana y el punto donde la modernidad encuentra su mayor límite filosófico. Según el evangelio de Juan, “el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Juan 1:14): en Cristo, Dios mismo se hace presente en la historia.
3.1 Cristo frente al dualismo cartesiano
El dualismo cartesiano separa radicalmente mente y cuerpo. En este marco, la idea de una unión hipostática, un solo sujeto divino con dos naturalezas, resulta incomprensible. Hirschberger observa que la metafísica moderna carece de categorías para explicar la unión entre lo divino y lo humano.
González explica que, con la modernidad, la cristología clásica fue cada vez más sustituida por visiones moralistas y subjetivas de Jesús (González 2010, 863–864). Cristo dejó de ser visto como Dios encarnado para ser considerado modelo ético.
3.2 Cristo frente al empirismo de Locke
Desde el empirismo estricto, la divinidad de Jesús no puede ser conocida por los sentidos. Solo puede conocerse su enseñanza moral y su impacto histórico. Sin embargo, la fe cristiana afirma que Jesucristo revela a Dios no solo por lo que enseñó, sino por quién es. “Yo y el Padre uno somos” (Juan 10:30). Su divinidad no es una inferencia, sino un acontecimiento.
3.3 Cristo frente al criticismo kantiano
Kant reduce a Cristo a un ideal moral, pero la Encarnación no puede afirmarse como realidad objetiva. González muestra cómo la teología liberal reinterpretó la fe cristiana bajo estos parámetros, distinguiendo entre el Jesús histórico y el Cristo de la fe (González 2010, 875–892).
Sin embargo, la Revelación cristiana insiste en que Dios se ha manifestado realmente en Cristo. “Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo” (2Cor 5:19). La Encarnación no es símbolo, sino una verdad histórica y salvadora.
3.4 La Encarnación como superación de la modernidad
González señala que la fe cristiana siempre ha entendido que la revelación divina alcanza su centro en Jesucristo, pues en Él Dios actúa y se manifiesta históricamente. La Encarnación no es un símbolo ni una elaboración teológica posterior, sino el acontecimiento decisivo en el que Dios entra en la historia humana de manera definitiva. Por eso afirma que la Iglesia primitiva interpretó toda la historia de la revelación a la luz de la persona y la obra de Jesús, y que la fe cristiana “se apoya no en especulaciones abstractas, sino en lo que Dios ha hecho en Cristo” (González 2010, 75–120). Desde esta perspectiva, Jesucristo no es solo un maestro moral ni un ejemplo religioso, sino la revelación plena en la que se cumple y se unifica todo lo que la creación, la Escritura y la historia venían anticipando.
3.5 Reflexión personal
Para mí, Jesucristo es la Revelación culminante porque en Él convergen y se cumplen todas las formas de la Revelación divina. En Cristo, la creación encuentra su sentido (“todo fue hecho por medio de Él”, Juan 1:3), la Escritura encuentra su cumplimiento (“hoy se cumple esta Escritura”, Luc 4:21) y el ser humano encuentra la verdad más profunda acerca de Dios. Su vida, muerte y resurrección revelan no solo quién es Dios, sino cómo actúa y cómo ama. Cristo es el horizonte en el que todas las preguntas humanas y todos los límites filosóficos encuentran su respuesta.
Conclusión
La modernidad cuestionó profundamente la posibilidad de conocer a Dios. El racionalismo, el empirismo y el criticismo kantiano reconfiguraron el mapa del conocimiento humano. Sin embargo, lejos de eliminar la necesidad de la Revelación, estos movimientos mostraron los límites de la razón autónoma.
La creación continúa manifestando la sabiduría divina; la Escritura transmite su palabra viva; Jesucristo revela a Dios en su persona. La Revelación no contradice la razón, sino que la trasciende. No depende del sujeto, pero se hace accesible a través de él.
La Revelación es el acto por el cual Dios se da a conocer y abre el horizonte de la verdad más allá de lo que la razón puede alcanzar por sí misma.
Bibliografía
González, Justo L. Historia del pensamiento cristiano. Barcelona: CLIE, 2010 (edición en un solo volumen).
Hirschberger, Johannes. Breve historia de la filosofía. Barcelona: Herder, 2012. Kindle Edition.

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